El invierno azotaba con dureza y la nieve se acumulaba en las ventanas y las puertas, el frío extremo presente en pleno invierno, sin embargo, las casas modernas mantenían a salvo un ambiente cálido y confortable en el interior, las despensas llenas y todo listo para transitar por la época más gélida del año. La ciudad estaba rodeada de pinos coronados por una blanca y brillante capa de nieve. La claridad exuberante de la noche mostraba un cielo cuajado de estrellas. Bruno era ajeno a todo esto, menos al frío que le incomodaba para ir al colegio. Su corazón no sanaba de la pérdida de la abuela durante la pandemia, su pecho solo albergaba dolor, tristeza y un terrible enojo que hacía víctimas, a las mascotas de la casa, a su hermano más pequeño y a sus padres, quienes preocupados se preguntaban si la terapeuta de la escuela estaba dando resultado y si era necesario cambiarla. La conducta abusiva y violenta de su hijo no había mostrado gran avance. Noviembre se encontraba en sus últimos días y estaba por iniciar diciembre, la leyenda del Krampus, como cada año se escuchaba en la comunidad, los adultos se disfrazaban de este personaje, transformándolo en una fiesta alegre donde se combinaba el temor de los niños con la fascinación que les causaba ver este desfile de “aparentes” demonios. Bruno se burlaba socarronamente de esto, no creía en el Krampus, ni en Santa Claus; para él la vida era vacía y llena de injustas pérdidas, la fantasía no tenía entrada a su corta edad de nueve años. De esta manera llegó el seis de diciembre, la ciudad presenció el desfile plagado de extraños faunos entre risas, bromas y cacofonías de instrumentos tocados por éstos.
Bruno apático y aburrido se fue a su casa, tomó una taza de chocolate caliente con malvaviscos que le recordaban otros tiempos más felices para él, la tristeza lo invadió y subió a su habitación a dormir. Su cama se encontraba a un lado de la ventana donde podía escuchar al viento silbar, trataba de conciliar el sueño cuando un sonido llamó su atención… metálico… que se arrastraba… venía de la parte más alejada del jardín de su hogar, el que colindaba con el bosque, escuchó susurros de un tono áspero, ronco… que lo llamaban por su nombre, estaba solo en casa, su familia no había llegado de las festividades, asustado se incorporó para asomarse y escuadriñar con la vista el jardín, cuando creyó ver algo que lo llenó de absoluto terror, una figura alta y oscura con enormes cuernos se alcanzaba a distinguir entre los árboles por momentos y en otros desaparecía, se volvió a recostar tapándose completamente el cuerpo y la cara, entonces… el sonido metálico se hizo más fuerte. Era el sonido de cadenas arrastrándose. La voz sobrenatural se hizo más fuerte a medida que se acercaba a su casa. Escuchó, presa del pánico, abrirse la puerta del recibidor y pesados pasos recorrían el camino hasta las escaleras, y el tintineo infernal de las cadenas llenando el ambiente mientras escuchaba una risilla macabra que acompañaba a las pezuñas que iban a su encuentro. El niño pensó en su abuela más que nunca, deseando que lo protegiera de esta pesadilla en la que no estaba dormido, de pronto… silencio. Expectante esperó, de pronto una garra le arrancó el cobertor que lo protegía. Bruno gritaba desquiciado pidiendo ayuda, mientras el Krampus le decía,
- He venido por lo que es mío y tú lo tienes-
Lo arrojó sin miramientos en un saco, mientras Bruno recordaba todas sus crueldades y entonces sucedió, sin esperanza de ser salvado, reconoció lo mucho que le dolía la partida de su abuela, el enojo que sentía por haberla perdido y cómo trataba de liberarlo con sus abusos y malas actitudes con animales y seres queridos y lloraba deseando verla por última vez y pedirle perdón por lo que hubiera que fuera necesario… se dio cuenta que el sacó se aflojaba y que podía ver la luz de su lámpara de noche, salió y se dio cuenta que no era el saco sino su cobertor, estaba completamente solo en su habitación, pero escuchó las cadenas arrastrarse en su jardín, corrió a la ventana y se asomó para ver al krampus observándolo mientras le hablaba, con los grandes cuernos, la melena negra, las patas de cabra le decía: “Soy un espíritu del invierno que nace de las sombras, por lo tanto, necesito de tu sombra para alimentarme, te agradezco por la cena, y te libero de tus cargas, ten una vida feliz y crece.”
Bruno se sintió ligero, la imagen de su abuela vino a su mente, esta vez reconociendo su legado de amor y aceptando su partida y que estaban en paz, listo para enmendarse con sus seres queridos.
Por Bárbara Blas
Tomado del Newsletter “Soy Bruja ¡Y qué!” De diciembre
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